PRADANIA
FLUJO DE UN TIEMPO INMEMORIAL
m a r i a n o s a n m i l l á n l ó p e z
ARGUMENTO
En un lugar de Pradania, cuyo nombre no viene en el mapa de Celtiberia, no ha mucho tiempo que vivió un gentilhombre, por nombre Fortunato, a quien la fortuna le pagó con creces, sonriéndole de frente o de costado, al conseguir que no pereciera desmoronado, bajo el paso del tiempo, aquel poblado, amenazado de muerte; viéndose obligado, sin reparar en trabajos, cuanto estuvo de su mano; y haciendo, por que la herrumbre no entrara por sus quicios, de: maestro, alcalde, cura, médico, secretario, alguacil, sacristán, boticario, enterrador, guardabosque…, y cantor de justas literarias, a cuyas gestas de tradición oral, exaltó por solanas y aldeas, haciendo -como testigo del montañero abatido- de la palabra un acercamiento a la realidad visual, y cantando con Silvano, Casiano y Nemoroso, pastores de la montaña herida..
Y, cuando habían pasado cuarenta años desde aquella contienda, vinieron a sellar, sobre la plaza de aquel pueblo, un pacto de convivencia, con la inauguración de un monumento a la paz. Una paz duradera, entre dos generaciones encontradas, donde un abuelo y un niño, como dos símbolos, representan dos épocas (pretérito y futuro), que vendrán a reconciliarse, al encarnarse en Fortunato y Nito, como extremos complementarios de una edad virtual, al representar un presente, del que se esperaba no volviera a repetirse su pasado “¡nunca más!, porque sólo los pueblos que no tienen memoria histórica son los que repiten los mismos errores”.
Aquella determinación vino acompañada por la suelta de dos palomas, que como raudas mensajeras, cruzaron el cielo en aquel fausto día de su patrón san Cristóbulo, a tenor de las palabras del nuevo alcalde, salido de las urnas, al decir: “y…, en adelante, nadie ose tomar el nombre de cualquier Dios para levantar la mano contra su hermano, como hiciera en otro tiempo Caín, el desventurado”.
"Eran las cinco y media de la tarde", y la fiesta llegaba a su punto álgido, con la suelta de tres vaquillas, prometiendo la capea encender de euforia el redondel de la tarde.
¡Y la cubriría de dolor, cuando una tras otra, aquellas tudancas, saltando unas vallas provisionales, se llevaron por delante, las astadas, cuanto encontraron a su paso! Y, huyendo despavoridas, dejaron sobre el suelo derribado a quien no podía levantarse, resultando ser Fortunato, el abuelo del pueblo, quien permanecía inconsciente, siendo llevado a hombros e ingresado en la residencia “la fuentecilla” de la capital.
”¡Fortuna intemporal!” -vendría a reconocer el mismo Fortunato-, y a curarse con la guía y de mano del doctor Neuros, al quedar seducido por su medicina, y llevarle a superar aquel mal de amnesia de cuarenta años y retenerle durante cuarenta días con sus noches, en cohabitación perfecta con sus moradores, los "palomos" de la tercera edad.
Recuperada la memoria, sin alta médica, asistirá a las votaciones libres "continentales", en las que saldrá proclamado presidente de Eurolandya Nito, su nieto, quien pondrá fin a un pasado de violencia terrorista, que asolaba el mundo; y que resultará vencedora, en aquellas “justas poéticas”, la “tradición oral”, recibiendo un “plácet”; por los que, sus compañeros de arcadia y visionarios de la montaña trasmitirán, en la última hora de aquella tarde agónica, los símbolos de la palabra inefable.
Y, cuando parece que todo va a consumarse, entra en escena y hace su bajada –desde los altos infiernos de la altura- aquel montañero, que, habiendo ascendido, al inicio del relato, hacia la cumbre, en busca de lo arcano y trascendente y, por conseguir la gloria inmarcesible, baja ahora, cual un Edipo mistérico con los pies hinchados, perdiéndose, a través de la hendidura de una cárcava, su silueta; cuyo túnel separará lo inmanente de lo trascendente, uniéndose su final con su principio en un círculo ascendente.
Éste es el "flujo de un tiempo inmemorial", donde su principio y su fin se juntan y unen, cual hilo de Ariadna, en su bordado de tela de araña..
C A P i T U L O S
I.- |
ASCENDIENDO HACIA LA CUMBRE |
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II.- |
MAGIA EN LA PALABRA |
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III.- |
JUSTIFICACIÓN DE UN MITO |
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IV.- |
MITIFICACIÓN DE PRADANIA |
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V.- |
GENERACIONES ENCONTRADAS |
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VI.- |
HOSPITALARIA ENCOMIENDA |
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VII.- |
GRAFOTERAPIA MANIRROTA |
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VIII.- |
RADIOTERAPIA |
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IX.- |
REPOBLACIÓN FORESTAL POR DECRETO |
DÍA PRIMERO |
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X.- |
UNA SEQUÍA SIN IGUAL |
DÍA SEGUNDO |
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XI.- |
MITIN DESDE LA ALTURAS |
DÍA TERCERO |
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XII.- |
EL ESPACIO, EN UN BOLA DE CRISTAL |
DÍA CUARTO |
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XIII.- |
RÉPLICAS A LAS HOMILÍAS DEL DOMINGO |
DÍA QUINTO |
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XIV.- |
INCIDENTES EN CASAS NUEVAS |
DÍA SEXTO |
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XV.- |
ODISEA DE TRES MAGOS |
DÍA SÉPTIMO |
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XVI.- |
ESCRIBIDOR DE BENEFICIO |
DÍA OCTAVO |
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XVII.- |
BACANALES DE CUARESMA |
DÍA NOVENO |
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XVIII.- |
MEDICINA INTEMPORAL |
DÍA DÉCIMO |
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XIX.- |
MATRACAS DE TINIEBLAS |
DÍA DECIMOPRIMERO |
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XX.- |
LAS CAMPANAS TOCAN SOLAS |
DÍA DÉCIMO SEGUNDO |
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XXI.- |
ANATOMÍA DEL GENOMA HUMANO |
DÍA DÉCIMO TERCERO |
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XXII.- |
ÁNGELES SOMOS, O LO PARECEMOS |
DÍA DÉCIMO CUARTO |
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XXIII.- |
DESDORO DE UNA CRIADA |
DÍA DÉCIMO QUINTO |
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XXIV.- |
ÉXODO, DEL CAMPO A LA CIUDAD |
DÍA DÉCIMO SEXTO |
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XXV.- |
PEDAGOGÍA ELEMENTAL (DE IR POR CASA) |
DÍA DÉCIMO SÉPTIMO |
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XXVI.- |
VÍA CRUCIS PARA UN PEREGRINO |
DÍA DÉCIMO OCTAVO |
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XXVII.- |
RECETARIO DE BOTICA |
DÍA DÉCIMO NOVENO |
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XXVIII.- |
TABERNA “OSO-CLUB”, FIN DE UN CALVARIO |
DÍA VIGÉSIMO |
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XXIX.- |
AROMATERAPIA, PERFUME DE MUJER |
DÍA VIGÉSIMO PRIMERO |
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XXX.- |
SANADOR DE LUMBALGIAS |
DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO |
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XXXI.- |
PEDAGOGÍA PRIMARIA (DE IR POR LA CALLE) |
DÍA VIGÉSIMO TERCERO |
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XXXII.- |
CANDELAS DE FEBRERO |
DÍA VIGÉSIMO CUARTO |
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XXXIII.- |
PEDAGOGÍA SECUNDARIA (DE IR POR LA VIDA) |
DÍA VIGÉSIMO QUINTO |
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XXXIV.- |
QUITAMERIENDAS, FLOR DE LEYENDAS |
DÍA VIGÉSIMO SEXTO |
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XXXV.- |
NOCHEBUENA Y MISA DE GALLO |
DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO |
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XXXVI.- |
ALEGORÍA DEL RÍO, QUE IBA PARA MAR |
DÍA VIGÉSIMO OCTAVO |
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XXVII.- |
PEDAGOGÍA UNIVERSAL (DE HACER CARRERA) |
DÍA VIGÉSIMO NOVENO |
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XXXVIII.- |
LAMENTO POR UN CAMPESINO DIFUNTO |
DÍA TRIGÉSIMO |
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XXXIX.- |
PEDAGOGÍA PERMANENTE (DE TODA LA VIDA)) |
DÍA TRIGÉSIMO PRIMERO |
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XL.- |
COTO QUEMADO |
DÍA TRIGÉSIMO SEGUNDO |
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XLI.- |
ETERNA MEMORIA |
DÍA TRIGÉSIMO TERCERO |
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XLII.- |
CAMBIO DE IDENTIDAD |
DÍA TRIGÉSIMO CUARTO |
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XLIII.- |
PEDAGOGÍA INTEMPORAL (DE HACER FUTURO) |
DÍA TRIGÉSIMO QUINTO |
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XLIV.- |
ECOLOGÍA PARA UN GUARDABOSQUE |
DÍA TRIGÉSIMO SEXTO |
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XLV.- |
VIAJE ASTRAL |
DÍA TRIGÉSIMO SÉPTIMO |
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XLVI.- |
EL PODER DE LA SEDUCCIÓN |
DÍA TRIGÉSIMO OCTAVO |
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XLVII.- |
LARGO FIN DEL CAMINO DE LA VIOLENCIA |
DÍA TRIGÉSIMO NOVENO |
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XLVIII.- |
LA MÁQUINA DE LA PAZ |
DÍA CUADRAGÉSIMO |
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XLIX.- |
EUROLANDYA, TERCER MILENIO |
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L.- |
CABALGANDO POR EL HORIZONTE DE LA ESTEPA |
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LI.- |
RESURRECCIÓN DE PRADANIA |
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LII.- |
BAJADA DESDE LOS INFIERNOS DE LA ALTURA |
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D E D i C A T O R i A
A Pradania: imaginada, sentida y proyectada en el tiempo.
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“E l prádano (acer pseudoplátanus), de hojas grandes y
largamente pecioladas, con inflorescencias colgantes
y sámaras* formando un ángulo agudo…,
aparece en la montaña…, cerca de robles y hayas,
aunque se encuentra (también) plantado como ornamental”.
* * * * *
*”Sámara proviene del latín y significa “simiente de
“olmo”: fruto seco indehiscente, con pocas semillas y
pericarpio extendido a la manera de ala:
como el del olmo y el fresno.”
(Guía de las plantas silvestres de la provincia de Palencia, por
Juan Andrés Oria de la Rueda, Justo Díez y Mario Rodríguez).
* * * *
“Que, en adelante, nadie ose tomar el nombre de cualquier dios,
para levantar la mano contra su hermano; como hiciera en otro tiempo
Caín, el desventurado”-dijo el nuevo alcalde, salido de las urnas.
* * * * * *
A cuantos pasaron a formar parte de la “ciudad de la luz y los prodigios”.
En particular memoria a Manuela (abuela),
quien sufrió la enfermedad de Alzhéimer.
* * * * * * *
Y a la inestimable ayuda del doctor Francisco Durán,
sin cuyo apoyo no hubiera podido llevar a cabo
el flujo de una memoria, casi en el olvido.
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-I-
ASCENDiENDO HACiA LA CUMBRE
*
"¡N u n c a
a n t e s e s t u v o,
tan dentro de mí, una montaña
-d i j o el c a m i n a n t e, a l c a e r abatido.
* * * * * *
(“¡S u b i d, s u b i d!”) -gritaban los montañeros desde lo alto.
( “ ¡ S u b i d –d , s u b i d – d!” ) – , respondía el eco a l l á , en el llano.
(“¿S u b i r… , s u b i r… ? ¡S u b i r e m o s!”), ¡ aunque no sepamos c u á n d o !
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Entonces fue, cuando se quitó el sudor del rostro; y, mirando hacia lo alto, vio allá en los confines de la altura, donde se pierde la mirada y se quiebran en destellos las imágenes, que estaba "ella", cubierta con su capa de nieve, replandeciente como un espejo, gélida y distante como una diosa; y oculto su rostro, tras las cortinas de la niebla. Y, fue tal el impacto que, por un momento, quedó cegado el escalador, sintiendo el escalofrío de un ciempiés, recorriéndole el cuerpo, y atenazándole el alma.
Fue a gritar, pero ni un clamor salió de su boca. ¡Tan paralizado quedó que ni sus labios fueron quienes para gemir ante aquella frigidez de hielo! Y, lamentando que hasta la fortuna le negara un gemido, se propuso no desfallecer ni dejarse llevar por el desencanto; a pesar de aquella irresistible fascinación. Y, no pudiendo desquitarse de aquel hechizo, una voz interior le alentaba diciendo: (“¡oh, frigidez, la de su cumbre; dureza, la de su roca…! ¿Dejará seducirse por alguno…?”) –pasó ululando aquel viento, cual ráfaga, en sus oídos.
Ascendía, con la elasticidad de los deportistas, con la intrepidez de los escaladores o con la levedad de un trapecista, como quien se desliza por un plano inclinado; sabiendo que su forma, conseguida a base de limar asperezas en el yunque de Vulcano, correspondía a su esfuerzo. Y, sin dar nada por perdido, volvió sobre sus pasos, al grito de “resistir para ganar”.
Atrás quedaban las curvas de nivel: aquel paso superado, donde a falta de oxígeno, creyó haber salido, gracias a un alado personaje; pero que, mirando en su derredor, ninguna imagen pudo tener de él que no fuera el impacto del viento sobre las copas de los pinos.
Caminaba jadeante, envuelto en sudor y exhausto por el esfuerzo y la fatiga; puesto el fulgor de su mirada en la cumbre de aquella montaña, en la que había colocado todo su anhelo, con el ánimo tenso y la decisión firme de no desfallecer; sin mirar atrás, tal vez... ¿por temor a convertirse en estatua de piedra? No estaba seguro. Pero toda su ilusión era: ¡tocar, con la yema de sus dedos, el misterio áureo de la cúpula, desvelar aquel arcano, que suponía hallar, tras la cubierta de las cortinas, aquella sublime ilusión óptica, que podía serlo también real, y sentirse ebrio de gozo!
¡Subía…!, mientras recordaba que, desde niño, se había visto cabalgando sobre lomos de aquellos monstruos de verdor y caliza; sintiéndose colgado de las moles de piedra, anubarradas unas veces y despejadas otras; pero siempre llenas de fascinación y encanto.
Si trepaba era por rememorar conseguir lo que le faltaba encontrar y consumar la aspiración de aquel íntimo secreto, por el que creía -¡su intuición no podía fallarle !-esconderse más allá del mar de nubes el arcano de lo inefable. A la ascesis se entregaba, colocándose en el lugar adecuado, para que la inspiración pudiera soplar. ¡Y toda su aspiración era dar con lo oculto, que se resistía: aquello que podía abrirle la puerta del conocimiento y saber qué habría, más allá de las montañas!
Por eso, antes de que el disco dorado apareciera cada mañana por las barandas de la brisa, se colocaba allí arriba, donde la luz cenital ahuyenta las brumas y aclara las sombras, por ver si llegado fuera el momento de la revelación. Y, recordando que ya desde joven había quedado hechizado por la majestuosidad de aquellos picachos y atraído por sus poderosas masas calizas, quedaba subyugado ante la grandeza de aquel reino, donde apenas imperaba otro rey, que no fuera el de los minerales.
Observador de la naturaleza, había aprendido de la capacidad febril de las hormigas a superar la montaña de una brizna de arena, rodeándola, sin desistir; al modo como hiciera Gedeón: sonar las trompetas hasta ver caídas sus murallas, ¡lo que le fascinaba!
Aquella actitud adquirida, de tener pendiente la mirada de la corona, le permitía mantener el arco tenso y la flecha arrojadiza, sin dar ocasión que ningún temor apareciera por sus flancos. Antes, al contrario, ponía alas a sus botas, y que éstas se deslizaran más por un plano inclinado, sin apenas resistencias, que por la pendiente de una vertical.
Cada vez que pretendía trepar por una de sus muchas agujas de la "fuente del cobre", el corazón le latía golpeándole las sienes, atraído por el poder fascinante de lo sagrado allá en la altura; siendo más fuerte el impulso que la incertidumbre, aquél que le empujaba a esperar más del esfuerzo que de la inspiración: de la que ya sabía que soplaba, de vez en cuando; y que, si llegaba, había de ser bien recibida, como correspondía a diosa codiciada de fortuna.
Progresaba en altura, montado en aquel alazán, que le daba furia, enardecía los pulsos y le infundía el brío necesario para mantener sus latidos a galope; transformando aquel paisaje alpino en una metamorfosis de libélulas aladas; sabiendo que, para coronar una cresta, no podía desfallecer; que debía libar y mantener caliente la cera, como la abeja su miel, y no perecer aprisionado por sus cristales; sin que olvidara que, iniciada una trayectoria, no debía dejarla, exigiéndose la disciplina necesaria de llevar el caballo ganador a la meta.
Por eso se anticipaba a la aurora; y antes de que, con sus dardos, pusiera el sol en fuga el secreto mágico de lo sagrado, se encontraba ya en la curva de nivel idónea: allí donde el disco dorado no ha levantado aún el prodigio, en el instante mismo en que las fuerzas magnéticas muestran al ojo avizor del creyente las imágenes virtuales, que –por perseguidas- se muestren menos quebradizas.
¡Pero se había repetido tantas veces aquella experiencia: la de coronar el techo del mundo, sin que sus deseos correspondieran a sus hallazgos, y sin que las preguntas encontraran respuestas, sin llegar a tocar la revelación del éxtasis…, que una vez más no tenía por qué ser una decepción definitiva!
Y, al sostener aquel monólogo tan reiterado, se persuadía de lo necesario que es contar consigo mismo, como aliado incondicional de la soledad del caminante, por acallar los remolinos interiores, que ponen en riesgo la estabilidad; y hacer frente a cualquier fantasma de locura súbita, caso de que apareciera el cierzo o la nevisca le desorientara, abrumado por la soledad sonora de aquellos bosques; o mucho más, si rugía el tigre en las entrañas del volcán.
Mas… ¡toda su dicha era tocar, con sus manos, aquel mar de nubes, y descorrer su cortina, para que, tras los visillos nublados, se dejara ver aquella energía exotérica, tantas veces perseguida en sueños, y, a la vez, tan esquiva.
¡Si descorrer el velo era lo que pedía la curiosidad, nadie había preguntado por su origen! (“¿Qué nadie sabe aún mi nombre?”)- se paró a contemplar, antes de alzar su mano, y descorrer los visillos de la niebla.
Por si alguien quisiera saber de mi relación con “ella”, (la diosa..., la cumbre…, la ascensión…, y su flujo…) sabed que todos estos sobrenombres, cual brazos de una vertiente respecto al valle, me definen; dejándome en aquel punto, donde una luz cenital, que une el cielo con la tierra, depone la mirada circunspecta.
Por eso, como fruto de aquel idilio entre esfuerzo e inspiración surgió la palabra, aquel verbo, mitad diosa de improvisación y mitad dios de pies de barro, con los que remontar, en un abrazo íntimo, la cumbre.
Por esa similitud podéis llamarme también: “palabra”, “verbo”: ese relevo generacional del hallazgo inefable, símbolo convencional transmitido de boca en boca; por que siga haciéndose pública en plazas y tertulias, y consiga ser terapia gráfica, medicina permanente de trasmisión oral por la lectura, y vehículo que ensamble lo mágico con lo sagrado, lo fantástico con lo imaginario, lo efímero con lo permanente, a través del tiempo inmemorial.
Y, si “ella”, fruto del ardor febril e inspiración de musa, entre fortuna y romance surgió, como una diosa con rostro de mujer, sería para desvelar al único testigo, amante de la altura: (“él”).
Porque aquel montañero, cuando estaba a punto de tocar la dicha y la gloria, cae al suelo, derribado por el rayo de una tormenta. Y, al instante, que se oye un trueno, se siente su descarga allá en el valle, primero; y en la llanura, después; y unos pastores (Silvano, Casiano y Nemoroso), sobrecogidos por la montaña herida, miran hacia lo alto, de donde viene el prodigio, por acudir a su llamada; y, tan pronto como se hacen con el ganado –disperso por un remolino del diablo- sienten la llamada poderosa de lo alto y el poder de la montaña herida, acudiendo en su ayuda.
Pero, cuando Silvano, perseguido de lejos por Casiano y Nemoroso, llega a la cima, nadie -en su estupor y angustia- hay que conteste a la pregunta que, sin llegar a sus labios, se hace concluyente: “pero… ¿qué habrá sido del montañero, del que sólo queda este lívido sudario y báculo herido y quebrado por el rayo?
- I I -
MAGi A EN LA PALABRA
El escalador yacía en el suelo, balbuceando retahílas incomprensibles.
A cada objeto, que llamaba por su nombre, éste salía de su penumbra, y recobrando nueva vida, pasaba del mundo de las tinieblas al de la luz.
Debió ser entonces, en aquel momento, cuando aquella mujer, extendiendo sus larguísimos brazos, descorrió con sus dedos finísimos el visillo de las nubes, abriendo así el secreto tan guardado, y dejando abierto a los ojos del profano el tan deseado manifiesto, arcano de lo secreto.
Al instante sendos relámpagos zigzaguearon en el cielo encolerizado y sombrío, a cuyo final, dejándose ver su silueta, “ella” hacía señales con sus manos, pretendiendo que el malherido ascendiera, sin hacer concesión ni ademán alguno por salir al paso y recibirlo, en una actitud hierática y turbadora
Postrado y abatido el moribundo, tiempo tuvo aún de desgranar un rosario de jaculatorias en un éxtasis de amor, con el cual parangonaba al que en otra dimensión, la de las Justas Poéticas de Tradición Oral, estaban llevando a cabo los pastores, desde aquel pedestal de arcilla a la cima de la sugestión, por boca de Silvano, al decir pretendiendo persuadir: |
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(“Necesariamente tuvimos que mirar hacia lo alto, de donde procedía el rayo y el trueno, sus naturales manifestaciones e impactos. Enmudecidos y arrobados, todo nuestro mirar y sentir alborotados quedó pendiente de aquel diminuto punto, casi imperceptible, que nos mantuvo paralizados y perplejos durante un tiempo, hasta que nos dijimos: “¡Qué hacemos así! ¿A qué esperamos?”
(“Y, habiendo corrido sin cesar –llevados por el fuego de aquel oráculo- cuando llegamos arriba, creí que habría de encontrar inconsciente al amante de la altura, pero no fue así. El montañero no estaba allí; -o, al menos, no lo vi-. Y esta contrariedad me obligó a subir aún más arriba, distinguiendo, entre la bruma, lo que tendría en mis manos después. De su persona no habían quedado más pertenencias que un sudario; y un báculo junto él, del que me sirvo -desde entonces- de cayado, recibiendo sostén y aliento. Y, sin que saliera de mi asombro durante un tiempo, mirando en derredor el contorno, nada vi que me sacara de mi perplejidad, ni a nadie que me sosegara, sin poderme explicar tan enigmática desaparición; quedándome, al fin, desamparado como una Magdalena ante el sepulcro vacío.
(“Fue entonces en mi desamparo, cuando, incorporándome del suelo, recogí aquellos despojos. De pronto, al tomarlos, sentí, recorriéndome el cuerpo de arriba a abajo, la corriente de un latigazo. Electrizado por aquel efecto, volví a mirar hacia arriba, viendo con asombro en lo más alto de la cumbre que allí estaba “ella”, con rostro de mujer, como una diva; de mirada radiante e impasible, estrechando entre sus brazos aquello que podría ser una silueta transfigurada…”) -éste estaba siendo el relato vivo, con el que Silvano, el pastor, había hecho entrada en el concurso de “Justas Poéticas de Tradición Oral” y, con el que estaba siendo trasmisor de una corriente, que, emanando desde la altura, llegaba al llano; y, que estaba siendo el eco de aquel suceso, por el que otros cuenteros vendrían por su mano, a tomar la palabra, flamearla y revestirla –en el tiempo- de unción poética).
Aquel prodigio de la montaña herida, el guardador de cabras, contaba su experiencia mistérica de cuando, siendo zagal -ahora entrado en años- a un público no demasiado creyente en lo trascendente; pero que tenía veneración por el último cuentero de aquella saga, salida de la solana de Pradania, su pueblo, llamada “la evanescente”; y que, acompañado de sus visionarios, vestía blanca túnica inconsútil, con la que cubrir su cabeza, de la que destacaba su luenga y plateada barba, sus ojos encandilados y un aura de luz luminiscente.
(Silvano, depositario del carisma de la montaña, que se esforzaba por traducir en su palabra aquel acontecer sublime y remoto, había sido el testigo directo de una experiencia indecible; y que, ahora, al comunicarlo, con emoción incontenida, le enardecían los recuerdos, manándole a borbotones por su boca aquella energía inexplicable, fluyente agua de fontana.
(Evocar aquel suceso era, de algún modo, resucitarlo; y, no siendo inmune al ridículo, presentía, del público concitado allí, el posible descrédito a una fe nacida de la unción poética. Y, al narrar aquella experiencia, que transcendía toda simplicidad, podría suceder que, mermada su persuasión, creciera la desconfianza, se oyeran otras voces, salidas de la contrariedad y cayeran -como trasmisores de una tradición oral y testigos visionarios- en entredicho.
(Empero, a pesar de ello, su palabra era viva; al nacer del eco de un tiempo no extinguido que surgía de la memoria, y a la que ni los años ni las nieblas borrarían, siempre que el corazón fuera joven y permaneciera niño.
(Con voz trémula, sentimiento a flor de piel y ojos vidriosos, tomaba aliento el pastor; y, aclarando la voz, cuidaba que las palabras no le encabalgaran el discurso, del que salir favorecido; urdiendo algún recurso, por el que, si engolaba la voz y aceraba su decir de taumaturgo, conseguiría levantar aquella mañana de frío primaveral; y que así sacara de sus sudarios un ojo al sol, que se debatía entre nubes; subiera la temperatura con la persuasión, y lograra del cierzo de cuchillo que amainase.
(Y así, al frotarse las manos, como para quitarse el frío, diese la sensación de que aquel recital poético había logrado el clímax indicado, y pudiera encajar aquella frase de: "¡demos a la palabra la verosimilitud y credibilidad poética, que tiene", y reconducir así las justas poéticas).
La persuasión del guardador de ovejas consigue algunos gramos de resolución. Pronto los oyentes se desembarazan de sus bufandas, pasando de sufridores pasivos a escuchas activos. Transcurre el relato por sus cauces, durante el tiempo que el sol se amusga y da ocasión a cerrarle una ventana al cielo; por lo que la palabra, de ida y vuelta, regresa baja de temperatura, y que se manifiesta en las toses reiterativas.
El cielo vuelve a abrirse y a nublarse reiteradamente, descendiendo el termómetro lírico. A consecuencia, la temperatura del auditorio se deja notar; y a la par de las toses llegan los primeros cuchicheos, surgentes de un grupúsculo, induciendo a la sospecha de que: (“La imaginación aterida pasa de la duda a la sospecha, de la verosimilitud a la incredulidad”)- pudiendo incrementarse. Al fin, alguien del jurado deja caer la primera llamada de atención:
- Pero es que ¿vamos a imponer la censura, como antaño? Un concurso, sin eco del sentido, carece de todo efecto mágico. De persistir, nos veremos obligados a reprobar dicha actitud -momento, del que aprovecha el pastor, para salir al paso, cortando las primeras medias lenguas con una sentencia inesperada-:
- ¡Ahora…, si no les importa…, pueden imaginarse todo lo demás…! a lo que responden voces llegadas sin identificación individual alguna:
- ¿Cómo que nos imaginemos todo lo demás (dice)? Si nos faltan las palabras, nosotros no seremos capaces de imaginarnos lo demás. ¡Seríamos como la niebla que se pierde en la montaña de lo indecible! ¡Si tenemos nuestros "magos", que sean ellos..., y cumplan con su oficio! -voz de la discreción, que permite seguir hablando al cabrero, genio creador de silbos.
(“Cuando hube tomado el báculo en mi mano, y puesta aquella túnica por guarecerme de la lluvia, sentí llegar a mi boca palabras indecibles, provenientes de no sé qué parajes celestes, descendiendo en torrentes y a cascadas, e incontenidas. Y, a la vez que era arrastrado por la fuerza de aquel “río que nos lleva” hacia mares insondables, pude llegar a la certeza de no ser yo quien hablaba por mí, sino que hacía de "mediador", confiándome tamaña responsabilidad algún divo, al haber sido tocado y herido por la fuerza de la montaña herida.
(“Cuando bajamos al llano, en busca del ganado, convenimos en la promesa de silenciar lo sucedido, no fuera que aquel sistema de gobierno imperante acabara con nosotros, y nuestros huesos fueran a pudrirse, durante una cuarentena de años, en la cárcel, en espera de ver llegada la libertad de expresión -como una luz en la noche- con la democracia.
(“¡Qué ilusos de nosotros –tan zagales como éramos- esperando una recuperación de la república perdida! Lo que creíamos que tan sólo iba a ser cuestión de años, lo fue de décadas, sin levantar cabeza ante la censura impuesta. ¡Así tuvimos que pagar nuestro precio con ese silencio que obnubila la mente y que crea tantos fantasmas!
(¡Pueden imaginarse lo que tuvimos de soportar, como para no ser –ahora- respetuosos con la decisión de este jurado! Quienes hemos envejecido, esperando la reconciliación, tenemos en alta estima recuperar lo que es vital para la creación literaria. Y, ahora, recuperada con esfuerzo, la valoramos como “niña en nuestros ojos”, y que nos permita seguir leyendo e interpretando los signos de los tiempos; no sea que esos fantasmas –con los que tenemos que vivir a diario- no permitan distinguir la ficción de la realidad: resistencia fronteriza, que separa esa zona de sombras de las luces, casi indelimitable, en que nos movemos con torpeza.
(“Hoy es, sin duda, un día esperanzador, porque nadie de nosotros (ni Casiano ni Nemoroso) sabremos ¡cuántos años más podremos seguir contando nuestros sentidos secretos íntimos, que dejan de serlo cuando hay libertad creadora!
(“¡Ojala nadie caiga en la incertidumbre del mito, aduciendo ser “un pozo sólo de niños”, cuando es legado de nuestro inconsciente colectivo, del que somos propietarios, así como la obligación de ser celosos guardianes de su acervo cultural!
(“Y… ¡ojalá que de su relato no se levante la ola gigante de la duda, calificándolo de vana ficción, aduciendo no ser puente entre el pasado y el futuro, sino que sea hilo conductual que una ambas orillas de una tradición dialéctica!
(“Y si, como humanidad, tenemos sentido, éste ha de ser por su futuro, que nos implica, comprende y se explica en nuestro pasado: en eso que hemos dado en llamar historia. Y lo que somos, sabemos que lo hemos heredado de “un pasado inmemorial”, en el que nuestros antepasados practicaron el cultivo de la industria caligráfica, como algo que les fuera en el alma.
(“Y si el presente de las libertades está aquí, no olvidemos que cualquiera tiempo pasado no lo desmerecimos, ¡cuando pusimos tanto coraje en el vivir por merecerlo!
(Y, para que esta coyuntura no vaya a menos, practiquemos el poder de la persuasión por la palabra; ésa que no hiera, ni construya una torre babélica, cuya altura y montaña sea el símbolo de la permanencia, sin que eche la vista atrás y caiga en el peligro de convertirse en estatua de sal, al saber que los símbolos, que nacen de nuestros sueños no son pura quimera, sino el sostén de nuestra integridad y trascendencia, firmes columnas de nuestra mente y corazón: digo...
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- I I I -
JUSTiFiCACiÓN DE UN MiTO
(“Nada de lo que existe (aldea, pueblo o ciudad) –retomó la palabra, el promotor de amorosos silbos de aquellas “Justas Poéticas de Tradición Oral”- puede sustentarse en sí mismo, a no ser por algún dios. Existir o ser concebido, sin auxilio, parece menos que imposible.
(“Que… todos provengamos de un mismo filo común”, es un viejo axioma de todos los tiempos, proclamado por las teogonías, sin escatología final concluyente.
(“Que… al alfarero le saliera mal e imperfecto el cántaro”, es conclusión tan conocida, como para no ser denostada”. Y continuó aseverando:
(“Que…, pudiendo habernos hecho a la perfección, nos dejara inacabados”, puede que, con ello, permitiera la compensación a nuestra nimia o triste realidad.
(“Que…, pudiendo vivir en el mejor de los mundos posibles, vivimos en lágrimas”, podría ser la conclusión recurrente a la pregunta de todos los tiempos de: “¿dónde venimos, hacia dónde vamos, y qué estamos haciendo aquí”?, que tenga mayor sentido.
(“Que…, cuando terminó su obra el autor, rompió el espejo en el que se miraba”, podría ser una forma de inquirir al todopoderoso una responsabilidad que nosotros deberíamos asumir.
(“Que…, pudiendo haber terminado su creación, la dejó inacabada”, se desprende que, al gozar de libertad, su carencia debe ser completada por los diosecillos de barro. De lo contrario ¿la obra hubiera admitido algún progreso?
(“Que… ni el dolor ni el mal ni la muerte tienen sentido a nuestro deseo, podría ser la respuesta a nuestra ansia de supervivencia, como para ser inmortales.
(“Que…, no es comprensible la falta de perfección, cuando pudo hacernos superhombres, con lo que ¿habrá quién no pueda perdonar por haber salido al alfarero divino mal el cántaro ?
(“Que… haya que decir: ¿qué triste condición la nuestra, la de vagar y arañar el terruño, para ganar por herencia el pan de Adán con el sudor de la frente?, lo que podría consolidar la idea de que nacimos bajo la libertad y no del determinismo.
(“Que…, si de las triadas egipcias y del panteón egipcio, surgió Amón, como dios tripartito sin concurso de Osiris, ¿no pudieron con los dioses de barro hacer lo mismo?
(“¿Que… Pradania, sentida como realidad legendaria, ¿pudo ser creada, por la mente de algún escritor; y que, autogestionaria, prefirió las aguas marinas de la libertad, antes que sucumbir hollada bajo la espuela de un general, quedando en su recuerdo como “ciudad de la luz y los prodigios”? –es el sentir de los pradanios por una ciudad que fue, proveniente de un poblado vacceo, ubicada en el septentrión peninsular; y que perdura, gracias al cultivo de la gleba y los bovinos…; y que traslada Silvano, “médium”, a aquella congregación de tertulianos y a la posterioridad, como montañero visionario de una mirada telúrica.
(Éstas, y otras más, pudieran ser las objeciones, con las que la criatura interpela al creador; pudiendo aducir que algo incomprensible debió pasar, cuando, le fue alterada su inspiración, al posponer su obra inacabada; y que, al regresar, encontró fraguada la masa y ausentes los seres alados del auxilio...-cancelaba Silvano su intervención de una exposición, con la que pretendía conseguir del público, si no una seducción, al menos un “plácet” final del jurado.
Las justas poéticas continuaban y Silvano seguiría con sus comunicaciones mágicas.
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